El movimiento que nos sacó de los clichés de la tortilla de patata y la figurita de la bailadora flamenca vuelve a tomar lo que le pertenece. En su contra, un gobierno democrático, de cara a la galería, urde sus tretas para evitar las manifestaciones, porque según ellos no se debe alzar la voz, no hay derecho. La misma voz que en la oposición alimentaron en contra de sus archienemigos hoy es un conjunto de personas secuestradas ideológicamente.
Tretas y estratagemas se imponen, como la vuelta al toque de queda, cierto que no conocí, pero ahora sí; casualidades artificiales que encontraron pólvora mojada y advertencias de violencia justificada por los altos cargos. Pero todo esto demuestra que el pueblo empieza a retractarse, o al menos eso espera quien escribe esto, de la decisión errónea del voto salvador de las pasadas elecciones.
No se trata de una cuestión de partidos, pese a que los periodistas o medios de la derecha resalten con cifras sin argumentos la teorización de la izquierda detrás del movimiento y establezca a Stéphane Hessel como gran líder. Periodistas que condenan el uso de espacios públicos para asuntos importantes y, sin embargo, que alaban el uso para festejos deportivos, por ejemplo.
Es cierto que la continuidad no hubiese garantizado la mejora, pero es necesaria la deslegitimación del poder, es hora de que la justicia sea igual para todos. Los bancos reciben el dinero de las arcas públicas al igual que la listas de desempleados reciben a padres o madres de familias que se resquebrajan y esperan la nota de desahucio entre los sudores del miedo por cada nueva reforma. ¿Cómo es posible que la sangría no haya movilizado a todo el pueblo?
Quizá, hace tiempo que se debería haber paralizado de verdad el país, sin horas, sin horarios, sin mañana. Salir, estar y permanecer hasta que las medidas vuelvan, hasta que quienes se marchan con despidos abultados con las ratas de los barcos que se hunden sean condenados, o sean consecuetnes con sus problemas. Debemos tomar de nuevo la calle con objetivos, olvidarnos de la dispersión de ideas y proponer una serie de reformas que lleven el cauce de nuevo al río.
Tretas y estratagemas se imponen, como la vuelta al toque de queda, cierto que no conocí, pero ahora sí; casualidades artificiales que encontraron pólvora mojada y advertencias de violencia justificada por los altos cargos. Pero todo esto demuestra que el pueblo empieza a retractarse, o al menos eso espera quien escribe esto, de la decisión errónea del voto salvador de las pasadas elecciones.
No se trata de una cuestión de partidos, pese a que los periodistas o medios de la derecha resalten con cifras sin argumentos la teorización de la izquierda detrás del movimiento y establezca a Stéphane Hessel como gran líder. Periodistas que condenan el uso de espacios públicos para asuntos importantes y, sin embargo, que alaban el uso para festejos deportivos, por ejemplo.
Es cierto que la continuidad no hubiese garantizado la mejora, pero es necesaria la deslegitimación del poder, es hora de que la justicia sea igual para todos. Los bancos reciben el dinero de las arcas públicas al igual que la listas de desempleados reciben a padres o madres de familias que se resquebrajan y esperan la nota de desahucio entre los sudores del miedo por cada nueva reforma. ¿Cómo es posible que la sangría no haya movilizado a todo el pueblo?
Quizá, hace tiempo que se debería haber paralizado de verdad el país, sin horas, sin horarios, sin mañana. Salir, estar y permanecer hasta que las medidas vuelvan, hasta que quienes se marchan con despidos abultados con las ratas de los barcos que se hunden sean condenados, o sean consecuetnes con sus problemas. Debemos tomar de nuevo la calle con objetivos, olvidarnos de la dispersión de ideas y proponer una serie de reformas que lleven el cauce de nuevo al río.
12-15 de mayo de 2012