empecé a comprender que no me veía a mi mismo

El limpiaparabrisas no daba abasto con la lluvia. La carretera desaparecía entre las idas y venidas de aquellas gomas desgastadas. Las luces se las tragaba la carretera con el color del asfalto.
Llevaba días sin saber el rumbo que había tomado: el divorcio, la pelea con mis padres, el despido. Pero era incapaz de pedir perdón, por orgullo. O de arreglar los malos entendidos. Y no pensaba llorar, no lo hice en los entierros de mis abuelos, no iba a suceder ahora. Aunque lo más preocupante era mi hijo, ahora adolescente, sobre quien había volcado mis sueños y frustraciones y de quien no dejaba de repetirme mi subconsciente que era un fracaso. No se parecía en nada a quien quería que fuese, no pensaba igual, no se comportaba como quería y yo, mientras tanto, era incapaz de ver que había incurrido en los mismos errores que tanto condené en mi juventud.
¿Qué sucedió? ¿Dónde estuvo la bifurcación que me llevó por el camino de la distancia? Esa lejanía que ahora, en una autopista de peaje, se agrandaba entre yo y mi vida y el sueño de la vida que quería haber tenido. Ahora era la pintura de la carretera la que me marcaba, en esta tormenta, los límites que debía seguir.
Miraba los espejos y pensaba. Daba vueltas a la misma idea mascullando lo sucedido y mirándome en el retrovisor, aguantándome la mirada, empecé a comprender que no me veía a mi mismo.



NOTA: este pequeño relato lleva como condición utilizar la frase del título del post. es un pequeño juego/concurso que realizan en Los diablos azules las noches de los miércoles en la jam de relatos.

M-30

suave melodía
orquestada.

acompañada,
la dulce sinfonía,
por los gráciles movimientos
de la danza.

hasta el accidente.

El precio de los bosques

La iniciativa ecológica del Ayuntamiento de Madrid resulta considerada y llena de buenas intenciones, a la par que absurda. Entre las medidas destacar dos: ampliar el horario del parquímetro en una hora y teñir de verde o azul zonas que no estaban infectadas por esta pintura. Desde mi punto de vista son dos soluciones que no ayudarán a fomentar el uso del transporte público y minimizar el impacto de los vehículos privados en la, ya turística, boina de la ciudad. Por el contrario obligará a utilizar más los automóviles. Como usuario forzado de este servicio -recaudatorio- me ocurre que, por ejemplo, los sábados por la mañana si deseo acercarme al centro dejando mi coche estacionado en mi barrio y evitando así emisiones de CO2, tendría que estar yendo y viniendo en el Metro para renovar el ticket, obviamente es un engorro -ya que el Metro no vuela literalmente- que evito levando mi coche a donde vaya. Un revés para el gabinete de medioambiente.

En los días laborables ocurre lo mismo si no dispongo de plaza de garaje. Por dicho motivo me llevo mi amado vehículo y a la vuelta en lugar de dejarlo quieto y limpiar nuestro aire, daré vueltas por las cada vez menos comunes zonas libres de este impuesto revolucionario de la derecha (ellos luchan recaudando para acabar con sus deudas). Pues son tan comunes como el poblado de Astérix y Obélix. En contra de esta medida diría que si no estuviera pendiente de mi contribución, mi coche estaría quieto y la coherencia del plan del edil y su gabinete cobrarían un sentido.

Seguramente existan más ejemplos, pero con esta política no se educa y fomentan hábitos de ciudadanía, ecología y/o uso de transporte público.

¿Dónde está entonces el negocio y la nube de humo?

La enfermedad del lado izquierdo



A Esteban Gutiérrez Gómez le conocí, como escritor, a través de su segundo trabajo El colibrí blanco. En este ahonda en la misma estructura de capítulos cortos, sin paja. Sin embargo, esta vez nos transporta a nuestros días. A una época más cercana y familiar (al menos en mi caso por mi juventud) y en la que puedo identificarme con mayor o menor medida con varios de los personajes, ya sea por proximidad de edad como por las situaciones.

La obra se compone de dos partes principales. En la primera, se diferencia una estructura clara de diferentes historias alrededor del personaje principal que contextualizan su situación personal y su carácter y que al final todas se acaban entrelazando progresivamente hasta llegar a un punto común. Así, la segunda parte nace de dicho punto para volver a deshacer la madeja.

En el libro encontramos el carrusel que supone la vida. Esas idas y venidas que suponen la diferencia entre transitar por el mundo y disfrutar del tiempo, de ser alegre. Y matizando que no siempre uno puede hacer o elegir algunos de los acontecimientos que afronta, pero otros tantos están en su mano para poder elegir, romper y empezar de nuevo.
Los temas de actualidad, que aún siendo familiares, se utilizan más como contexto, transmitiendo cercanía al lector y posicionando a los personajes en el día a día de éste, en su vecindario, en su oficina.
Por último, el trato del cambio de idea sobre los desconocido y la aportación de la espiritualidad, tratada no como doctrina, sino como medio de escape e interés en el conocimiento de otras culturas más allá de nuestra historia, herencia y fronteras, aportan la parte mística del libro junto con la leyenda de los 7 picos.


El destino no está escrito. No al menos en un cuaderno de hule azul. Y no, desde luego, por otra persona. La enfermedad del lado izquierdo es la historia de un hombre que se rebela contra una vida cuadriculada y paralizante; contra las absurdas normas domésticas que anota su mujer en ese cuaderno (cuándo debe ducharse, cuándo hacer el amor...); contra un trabajo estresante y deshumanizado; en definitiva, contra una existencia que poco a poco enferma la parte del cuerpo en la que se aloja el corazón. Como los viejos marinos que alargaban la línea de la vida acuchillándose la palma de la mano, el protagonista decide trazar él mismo su destino, dar una nueva oportunidad al amor, encontrar las respuestas en el viento, entre otros náufragos del materialismo y la prisa. Una novela con reminiscencias beats, que recupera el espíritu hippie despojándolo de complejos gracias a la fina ironía con que es narrada. Una gran metáfora en forma de flor salvaje.



Patxi Irurzun



Blog de la obra

La enfermedad del lado izquierdo
por Esteban Gutiérrez Gómez

Eutelequia
Colección Narrativa
Edición 2011