Acaba Le tour de France 2011 y con él las ilusiones de sentirnos participes de la victoria de Alberto Contador, quien se ha sobrepuesto a las acusaciones de dopaje y a los abucheos de nuestros vecinos galos que dudan de su palabra. Sin mencionar que ponen en entredicho la legalidad y legitimidad de sus victorias. Sin embargo, no ven nada sospechoso en recuperarse de un cáncer y ganar 7 tours seguidos con más de treinta años y considerando la merma física de los tratamientos de esta enfermedad, los riesgos del postoperatorio que conllevan la operación y las posibles reapariciones del tumor. Pero la opinión del público compatriota del comité organizador no es la que más altere o debiera alterar nuestra percepción de lo ocurrido, sino el juicio, la duda y la desconfianza que se genera del otro lado de los Pirineos.
La sospecha del dopaje envuelve la opinión de la calle, que ante la falta de victorias, comienza a considerar un fracasado a su otrora héroe hasta hace no mucho. Igual que se condena a Nadal y se le entierra a palazos de excavadora tras perder cinco finales consecutivas con Djokovic. ¿No se debería valorar el mérito de llegar siempre a la final? Cierto es que subcampeón no luce tanto como el oro y que la sociedad tiende a desmarcarse y olvidar a los segundos, porque se acaba recordando al campeón por motivos obvios y al tercero por resultar siempre una sorpresa. Pero la plata lleva una condena al olvido y la etiqueta de perdedor.
Por otro lado resaltar el discurso de los perdedores. En el ejemplo que trato en este texto hay una semejanza entre ellos, que admiten como suya la culpa y los fallos al no haber estado al nivel exigido a sus figuras y no haber dado el máximo que debiesen tanto física como mentalmente. En el extremo contrario se podría situar a aquel competidor idolatrado que tras un fulgurante -y hasta ahora breve éxito- achaca todos sus problemas a su equipo, nunca a él.
Las portadas se pierden hoy en un mar de noticias insulsas y pequeñas menciones al deshonor de antiguos ídolos. No hay portadas, pósters o páginas de gloria y ánimo. Y se escriben las pequeñas columnas con la duda y la desconfianza cubriendo las opiniones con el negro de los nubarrones.
Por eso, desde aquí decir que sí, este año no ha sido tan laureado y la estantería de trofeos en sus casas o en nuestro palmarés del orgullo no ha sido tan abultado como venía siendo costumbre, pero cojan la pala y busquen a los que verdaderamente haya que enterrar, que son muchos.
25/07/2011
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