Durante años los medios deportivos de nuestro país vendieron la piel del oso antes de cazarlo. Analizando el estado de euforia que propagaban como cualquier otra pandemia era lógico creer que el campeonato que se celebrase iba a ser nuestro. Sobre el papel se plasmaba que, línea por línea, el once titular de nuestra selección era poderosísimo, capaz de hacer sombra a cualquier otra selección que previamente ya había sido enterrada por su elevada media de edad, por su mediocre fase de clasificación o porque entre nuestras filas encontrábamos a algún campeón de Champions en el banquillo. Resultaba evidente que, jugador por jugador, la selección siempre contaba con un gran plantel. Sin embargo, siempre caía. Y más aún, siempre de forma estrepitosa. Faltaban individualidades o jugadores capaces de decidir con una filigrana el partido. Y por encima de todo: faltaba equipo. Ahora las tornas cambiaron y son los argentinos (o los brasileños) quienes sucumben al peso del escudo, el nombre y el dorsal de sus camisetas.
Vender humo siempre ha sido (y será) una tónica de nuestra prensa y, como analizaba Santiago Solari hace unos días, eso ha ocurrido en este campeonato de la Copa América con la selección albiceleste. Ocurre que los periodistas, doctos entrenadores y expertos después de los partidos, se empeñan en hacer comparaciones superficiales. A día de hoy todos quieren jugar como el Barcelona. Sus sistemas, sus pases, sus resultados, sus jugadores. He ahí la clave: todos quieren ser el Barcelona. Y ahí está el gran error. A jugadores distintos, equipos distintos. Ni mejores ni peores, distintos. Así, lo primero es formar un bloque, un conjunto y establecer unas directrices. A partir de ahí cada jugador debe saber y asumir su rol. Todos importantes, aunque no todos mediáticos. Si bien, en ocasiones se descubre una generación talentosa que copan un mismo puesto o varios, en un vestuario en el que puede haber demasiados gallos igual se debe sacrificar algún nombre por encontrar un equilibrio.
La hinchada buscará un chivo expiatorio. Un jugador clave con el que no se sienta identificado para con el tiempo analizar el conjunto. Será el blanco de las iras porque sabe que enfrentarse a los despachos o al seleccionador escogido por mero favoritismo es una pérdida de tiempo. Establecerán una relación amor-odio entre una estrella que alumbra otro continente y oscurece la camiseta nacional. Sin consecuencias que no se arreglen si remonta el juego y acompañan los resultados. Y así transcurrirán los periodos de partidos amistosos y clasificatorios.
Y llegará el mundial y con él volverán los titulares sobre campeones antes de saltar a la cancha. Artículos sobre estrellas que deslumbrarán a los miles de espectadores televisivos que correrán a por la camiseta de su nuevo ídolo. La misma remera que quemarán a la puerta del estadio del club que abandone ese mismo verano por mejorar un futuro estancado. Y así, entre brasas y cenizas, surgirán las voces de apoyo incondicional que se tornarán gritos de furia y desconfianza al mínimo revés.
Desde aquí recordar que maten primero al oso, ganen cada partido en la cancha y cuando tengan el trofeo disfruten de la euforia que produce el éxito sin dormirse en sus mieles.
18/07/2011
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