Tres cosas quedaron en mi mente: en primer lugar, el edificio, enorme, austero y bruñido de tan limpio, con los niños y las niñas siempre graves y en orden, en pie o sentados, un orden casi militar. En segundo lugar, las solicitudes, muchas de las cuales eran de viudas de asesinados en la represión del final de la guerra civil, que pedían el ingreso de sus hijos por imposibilidades de manternerlos. En tercer lugar, los informes de los jueces y otros funcionarios del nuevo régimen sobre aquellas solicitudes.
Las Casas de Misericordia fueron instituciones de gran severidad, rayana a veces en la maldad, pensaba yo, recordando aquellos años de posguerra, los años de mi infancia, cuando eran referentes familiares en nuestra vida cotidiana. Y en este punto, me venían a la mente las solicitudes de las madres, y la conclusión era clara: la intemperie era mucho más espantosa. Por esto se afanaban para hacer que sus hijos entrasen en aquel lugar. Y en este punto, la mente daba un salto hacia la poesía, hacia lo poco que quizá servía un poema para ayudar a soportar el dolor y las carencias. Pero no hay nada más, y si esto es triste, mucho más triste es la intemperie sin los versos. La poesía: una especie de Casa de Misericordia"
Casa de misericordia por Joan Margarit
Edición bilingüe
Visor Libros
Visor de poesía
2007
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