¡Aupa Fuenla!
La primera novela de Paul Auster fue inspirada por un número equivocado. Un hombre llamó una noche, preguntando por la agencia de detectives Pinkerton. Auster le explicó que se había equivocado. A la noche siguiente, la lamada y la respuesta del novelista se repitieron, pero éste, intrigado, comenzó a preguntarse qué habría sucedido si hubiera fingido que aquel número correspondía a la agencia de detectives, y él era uno de ellos. Y así comenzó Ciudad de cristal, donde un hombre llamado Quinn recibe la llamada de alguien que quiere hablar con el detective privado Paul Auster. Pero no hace mucho tiempo otro hombre llamó al actual número de teléfono del escritor y preguntó si podía hablar con el señor Quinn. Y no era una broma de un amigo o de un lector. Era una llamada absolutamente en serio, y ésta es una historia verdadera, como todo lo que se cuenta en este libro: lo irreal horadando lo real, el novelista ejerciendo de "cazador de coincidencias", de traductor de las siempre oscuras revelaciones del azar.
Porque Paul Auster, antes de ser escritor, fue traductor, alguien que escribe en una lengua con las palabras de otro. Y Justo Navarro, el traductor de este libro, y autor del prólogo que, a manera de hilo en el laberinto, recorre y muestra la "manera" de la literatura de Auster, es también un novelista, alguien que "traduce a la lengua de sus fábulas la lengua misteriosa y dolorosa del mundo, alguien que inventa una nueva lengua que suplante la lengua misteriosa y dolorosa del mundo".
El cuaderno rojo es, pues, también, la coincidencia de dos escritores que escriben en el "idioma del azar, el idioma de la casualidad y las coincidencias, el idioma de los encuentros fortuitos que se convierten en destino".
Etiquetas: { Selección } {0 opiniones}
He llenado la boca de la ballena
con bártulos del Ikea.
He decorado su vientre
con muebles
que he montado yo solo,
por eso me premio con una palmadita
en la espalda.
Y desde la butaca observo mi obra
antes de que mi huésped engulla
el siguiente banco de sardinas
y tenga que volver a empezar,
si no estoy muerto.
- Siempre he tenido debilidad por los granujas -observé-. Como amigos quizá no pueda confiarse mucho en ellos, pero imagínate lo sosa que sería la vida sin ellos.
- No creo que Harry siga siendo un granuja -repuso Tom-. Tiene demasiados remordimientos.
- Cuando se es un granuja, se es un granuja. La gente no cambia.
- Eso es discutible. Yo creo que puede cambiar.
- Tu no has trabajado en el ramo de seguros. La pasión por el engaño es universal, muchacho, y cuando alguien le coge el gusto, ya no hay remedio que valga. El dinero fácil: no hay mayor tentación que ésa. Fíjate en todos esos listos que montan simulacros de accidentes de coches en los que resultan falsamente heridos, los comerciantes que incendian sus tiendas y almacenes, la gente que finge su propia muerte. He estado treinta años observando esas cosas, y nunca me he cansado de verlas. El gran espectáculo de la falta de honradez. Lo tienes por todas partes donde mires y, te guste o no, es de lo más divertido que se pueda ver.
Nathan Glass ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y a un divorcio después de tres décadas de matrimonio, y ha vuelto a Brooklyn, el lugar donde pasó su infancia. Hasta que enfermó era un vendedor de seguros; ahora que ya no tiene que ganarse la vida, piensa escribir El libro del desvarío humano. Contará todo lo que pasa a su alrededor, todo lo que le ocurre y lo que se le ocurre. Comienza a frecuentar el bar del barrio y está casi enamorado de la camarera. Y va tambié;n a la librería de segunda mano de Harry Brightman, un homosexual culto que no es quien dice ser. Y allí se encuentra con Tom, su sobrino, el hijo de su amada hermana muerta. El joven había sido un universitario brillante. Y ahora, solitario, conduce un taxi y ayuda a Brightman a clasificar sus libros... Poco a poco, Nathan irá descubriendo que no ha venido a Brooklyn a morir, sino a vivir.
Un capitán del ejército de Franco que, el mismo día de la Victoria, renuncia a ganar la guerra; un niño poeta que huye asustado con su compañera niña embarazada y vive una historia vertiginosa de madurez y muerte en el breve plazo de unos meses; un preso en la cárcel de Porlier que se niega a vivir en la impostura para que el verdugo pueda ser calificado de verdugo; por último, un diácono rijoso que enmascara su lascivia tras el fascismo apostólico que reclama la sangre purificadora del vencido. Son historias de los tiempos del silencio, cuando daba miedo que alguien supiera que sabías. Cuatro historias, sutilmente engarzadas entre sí, contadas desde el mismo lenguaje pero con los estilos propios de narradores distintos que van perfilando la verdadera protagonista de esta narración: la derrota.
Buenos Aires, 23 de enero de 1950 - 8 de febrero de 2012
Músico referente de un estilo,
banda sonora de una generación.
Sentir el calor del hogar imperturbable siempre a la misma hora. Recostado en el sofá, el tiempo adquiere una percepción distinta buscando entre las páginas, tantas veces escritas, las instrucciones del encuentro. Cansada, pero con una sonrisa, irrumpe en mi salón y su palidez se ve borrada por el Technicolor de mi vieja Grundig. Se acercará embriagándome con su aroma de olvido, de pierde-el-recuerdo del día, y luego de dejar las llaves en la bandeja de cristal con motivos Gaudisianos, desenbainará de sus labios su más mortífera arma blanca de la que recibiré, agradecido, la puñalada.
Aparecerá en la pantalla y a mi lado, de rosa o carne y hueso, en mis fantasías y en mi realidad, haciéndome recuperar cada noche el significado de la palabra vida. Porque cuando vuelve la pantera sí deseo la eternidad.
NOTA: este pequeño relato lleva como condición utilizar la frase del título del post. es un pequeño juego/concurso que realizan en Los diablos azules las noches de los miércoles en la jam de relatos.
Al igual que el árbitro se reía en la cara de Casillas el pasado miércoles antes sus protestas, así siento que los políticos como Camps, los que sientan a los azotes que hacen daño en el banquillo de los acusados (aplaudidos fuera de nuestras fronteras y que durante los años que investigó otro tipo de crímenes también por los políticos que hoy sientan ahí a este hombre) y al nuevo gobierno y sus portavoces autonómicos, así siento, como ciudadano, que se ríen de mí. Como la diputada que no contenta con percibir remuneraciones por 12 cargos públicos utiliza las tarjetas de la diputación para sesiones de belleza que no producen resultado alguno, al menos a la vista.
Es llamativo que todos se expongan a la opinión pública sin el más mínimo sonrojo. Y más llamativo aún, que la ciudadanía agache la cabeza y no alce la voz. Los movimientos que consiguieron mostrar el malestar general de una población harta -aunque visto lo visto igual no tanto- se diluyen entre los adoquines y la pereza de volverse a mover y remover los cimientos deja de nuevo en silencio las calles. Ahora, para todo, el cemento está seco y es más duro y difícil de quebrar.
Dice mi madre que sólo critico a una facción ideológica, pero con la otra siendo un intento de lo que puede ser -no por ello una solución- y centrada en solucionar y ordenar primero su organización, ésta, que gobierna absolutamente todo, tiende a ser más proclive a las malas acciones. Y sí, es más cobarde realizar la crítica por ser más sencillo lanzar las piedras, pero no por fácil debemos darle la espalda al problema.
Al final, todo esto deja un poso que remover: Peor que la crisis financiera y sus consecuencias económicas es la crisis moral.
Hay una nueva campaña publicitaria en la Red de metro de la Comunidad de Madrid en la que se comparan los precios de los billetes sencillos con los de otras capitales europeas a modo de justificación por el importe que se abona ahora mismo por un trayecto sencillo y concienciación por un malestar general. Sé que no es nueva, pero ha sido últimamente cuando en los viajes he recapacitado sobre ella. Por eso desde aquí, y a modo de opinión personal, creo que habría que aclarar una serie de conceptos o percepciones.
El malestar con el billete sencillo o la subida en las tarifas viene desde el año 2011, coincidiendo con la visita del Papa. Durante este periodo se dieron una serie de factores que fueron los que molestaron a la ciudadanía.
El primero fue que era la segunda subida en el año, pese a la justificación donde decían que suponía la menor subida en años porque el precio del billete llevaba años congelado. Hay unas cosas que aclarar a la Presidenta de la Comunidad y su gabinete. Congelado o no, de un euro a un euro y medio hay 50 céntimos de diferencia -son matemáticas sencillas, incluso para una marquesa-. El precio que había estaba marcado y el nuevo se impuso, no hay suposición de lo que debería estar valiendo.
Por otro lado se argumentó que esta subida repercutiría en los turistas y "viajeros esporádicos" y no en los usuarios habituales, pretendiendo así "fomentar el transporte con regularidad". Acto seguido se dio via libre a la circulación sin billete y sin saciones a todo aquel que llevase la camiseta o acreditación de las juventudes cristianas. De aquí uno puede preguntarse dos cosas, ¿dónde puedo comprar una de dichas camiseta para no pagar mi abono? Y, ¿no sé supone que las religiones son algo privado y deben quedar en la intimidad de una casa y la práctica personal de cada individuo?
Tercero, en la campaña no se compara el precio respecto al salario mínimo o el salario medio de las capitales europeas. No hay que ver que sea más barato, hay que ver qué porcentaje supone un billete respecto a lo que cobra una persona. Hay que tratar las cifras como son. Esto demuestra que en los estudios no se pueden sacar los datos de contexto. Suerte que alguno ya introdujo los datos a mano mostrando la diferencia.
Por último, la gente ya había aceptado con resignación y pasado página. Entonces, ¿a qué viene el gasto y dispendio en una campaña sin un objetivo claro o con un objetivo perdido?
Aunque bien visto, qué se puede esperar de un consistorio que cree que el abono transportes es una invención de la oposición.
Etiquetas: { Capítlos } {0 opiniones}
Tengo un vinilo de 45 r.p.m. girando sin aguja. Hace tiempo que ya terminó el álbum y queda el sonido de las poleas que hacen girar el reproductor. Estoy sentado frente a la ventana, acabo de terminar otro libro que no sé si he degustado o estudiado, intentando empaparme del estilo, de las figuras, de la forma de tratar los temas. Afuera nieva. Las cumbres encanecen y el río refleja el frío sobre sus aguas. Bajo a servirme un café y en la nevera encuentro una nota. Se está volviendo una forma de comunicación demasiado habitual entre nosotros. De vuelta al despacho me encuentro con la gata, a la que casi piso. Puedo resumir los fragmentos de mi pasado en unas pocas líneas. Sin llegar a la infancia, el resto de mi vida postuniversitaria se fue diluyendo en la misma agua que todas las medicinas que hasta hoy he tomado. Tenía un futuro próspero, de los que hacen presumir a las abuelas aunque desconozcan lo que uno hace. Preparaba unas oposiciones que supondrían mi billete sin retorno al estado del bienestar prolongando mi éxito mientras agonizaba a base de antidepresivos. Lo dejé todo.
Se llamaba Edna Akin, y había nacido en 1910, en un rincón perdido de Arkansas, una tierra dura donde ape-nas diez años antes forajidos y atracadores formaban parte del paisaje. Edna es la madre de Richard Ford, y el punto de partida de la reconstrucción, entre certezas y sospechas, pero siempre con un púdico e intenso amor, del enigma de la novela familiar. Y de la historia de esa niña a quien su madre –la abuela de Richard Ford– hizo pasar por su hermana cuando abandonó a su marido y se fue a vivir con un hombre mucho más joven. De esa superviviente que se casó con un viajante y, antes de tener hijos, vivió quince años en la carretera, en un puro presente. De esa madre que se quedó viuda a los cuarenta y nueve años, fue entonces de un trabajo a otro para mantenerse y mantener a su hijo adolescente, y nunca pensó que la vida era otra cosa que lo que le había tocado vivir... «El gran novelista americano dice adiós a la mujer que le dio a luz. Y es una despedida que conmueve y perturba» (Jean-Paul Dubois).
David Vázquez nació en Madrid en 1984. "Para este viaje no necesito alforjas" supone su debut literario y su primer poemario.