Metro de Madrid

Hay una nueva campaña publicitaria en la Red de metro de la Comunidad de Madrid en la que se comparan los precios de los billetes sencillos con los de otras capitales europeas a modo de justificación por el importe que se abona ahora mismo por un trayecto sencillo y concienciación por un malestar general. Sé que no es nueva, pero ha sido últimamente cuando en los viajes he recapacitado sobre ella. Por eso desde aquí, y a modo de opinión personal, creo que habría que aclarar una serie de conceptos o percepciones.

El malestar con el billete sencillo o la subida en las tarifas viene desde el año 2011, coincidiendo con la visita del Papa. Durante este periodo se dieron una serie de factores que fueron los que molestaron a la ciudadanía.

El primero fue que era la segunda subida en el año, pese a la justificación donde decían que suponía la menor subida en años porque el precio del billete llevaba años congelado. Hay unas cosas que aclarar a la Presidenta de la Comunidad y su gabinete. Congelado o no, de un euro a un euro y medio hay 50 céntimos de diferencia -son matemáticas sencillas, incluso para una marquesa-. El precio que había estaba marcado y el nuevo se impuso, no hay suposición de lo que debería estar valiendo.

Por otro lado se argumentó que esta subida repercutiría en los turistas y "viajeros esporádicos" y no en los usuarios habituales, pretendiendo así "fomentar el transporte con regularidad". Acto seguido se dio via libre a la circulación sin billete y sin saciones a todo aquel que llevase la camiseta o acreditación de las juventudes cristianas. De aquí uno puede preguntarse dos cosas, ¿dónde puedo comprar una de dichas camiseta para no pagar mi abono? Y, ¿no sé supone que las religiones son algo privado y deben quedar en la intimidad de una casa y la práctica personal de cada individuo?

Tercero, en la campaña no se compara el precio respecto al salario mínimo o el salario medio de las capitales europeas. No hay que ver que sea más barato, hay que ver qué porcentaje supone un billete respecto a lo que cobra una persona. Hay que tratar las cifras como son. Esto demuestra que en los estudios no se pueden sacar los datos de contexto. Suerte que alguno ya introdujo los datos a mano mostrando la diferencia.

Por último, la gente ya había aceptado con resignación y pasado página. Entonces, ¿a qué viene el gasto y dispendio en una campaña sin un objetivo claro o con un objetivo perdido?

Aunque bien visto, qué se puede esperar de un consistorio que cree que el abono transportes es una invención de la oposición.

I

Tengo un vinilo de 45 r.p.m. girando sin aguja. Hace tiempo que ya terminó el álbum y queda el sonido de las poleas que hacen girar el reproductor. Estoy sentado frente a la ventana, acabo de terminar otro libro que no sé si he degustado o estudiado, intentando empaparme del estilo, de las figuras, de la forma de tratar los temas. Afuera nieva. Las cumbres encanecen y el río refleja el frío sobre sus aguas. Bajo a servirme un café y en la nevera encuentro una nota. Se está volviendo una forma de comunicación demasiado habitual entre nosotros. De vuelta al despacho me encuentro con la gata, a la que casi piso. Puedo resumir los fragmentos de mi pasado en unas pocas líneas. Sin llegar a la infancia, el resto de mi vida postuniversitaria se fue diluyendo en la misma agua que todas las medicinas que hasta hoy he tomado. Tenía un futuro próspero, de los que hacen presumir a las abuelas aunque desconozcan lo que uno hace. Preparaba unas oposiciones que supondrían mi billete sin retorno al estado del bienestar prolongando mi éxito mientras agonizaba a base de antidepresivos. Lo dejé todo.

Mi madre



Se llamaba Edna Akin, y había nacido en 1910, en un rincón perdido de Arkansas, una tierra dura donde ape-nas diez años antes forajidos y atracadores formaban parte del paisaje. Edna es la madre de Richard Ford, y el punto de partida de la reconstrucción, entre certezas y sospechas, pero siempre con un púdico e intenso amor, del enigma de la novela familiar. Y de la historia de esa niña a quien su madre –la abuela de Richard Ford– hizo pasar por su hermana cuando abandonó a su marido y se fue a vivir con un hombre mucho más joven. De esa superviviente que se casó con un viajante y, antes de tener hijos, vivió quince años en la carretera, en un puro presente. De esa madre que se quedó viuda a los cuarenta y nueve años, fue entonces de un trabajo a otro para mantenerse y mantener a su hijo adolescente, y nunca pensó que la vida era otra cosa que lo que le había tocado vivir... «El gran novelista americano dice adiós a la mujer que le dio a luz. Y es una despedida que conmueve y perturba» (Jean-Paul Dubois).



Mi madre
por Richard Ford

Traducción de Marco Aurelio Gambarini

Editorial Anagrama
Panorama de narrativas
Edición 2010